Entrevista a la arquitecta Cazú Zegers

En esta entrevista podréis descubrir a Cazú Zegers, artífice del Hotel Magnolia.

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Háblenos un poco de usted…

Es una pregunta muy abierta… Soy mujer, arquitecta y artista. Tengo un abordaje claramente artístico de la vida y de los procesos creativos. Todos mis proyectos nacen de un concepto concreto y, de una u otra forma, el nombre de cada proyecto está siempre ligado al concepto del que ha surgido.

A su vez, soy profundamente aventurera. Me considero una apasionada de la naturaleza y la vida al aire libre. Me gusta bailar, practicar esquí extremo y estoy muy interesada en la física y la metafísica. Adoro viajar, la música, el cine y bailar. Tengo una hija -Clara, de 25 años- y un perro llamado Atilio. Me encanta compartir mi tiempo con mis amigos, pero también disfruto mucho la soledad de la creación.

Mi casa, Casa Soplo, situada al pie de las montañas, es mi santuario. Intento cultivar en mi jardín todo lo que como.

 

Explíquenos sobre el Proyecto del Hotel Magnolia.  

Hay muchas historias interesantes alrededor de este proyecto. La primera es que el arquitecto del edificio original, Eduardo Costaval Zegers, era mi tío abuelo, y el ingeniero de estructuras, mi abuelo, Alfonso Zegers Baeza. Es una absoluta coincidencia que acabara siendo yo la arquitecta que llevara a cabo esta remodelación.

Apenas me encargaron el proyecto, pude constatar sus «proporciones perfectas», por lo que la construcción de tres nuevas plantas constituía un verdadero desafío. A su vez, naturalmente, me brindaba la oportunidad de revisitar el movimiento intelectual y cultural que, en otros tiempos, había estado estrechamente ligado al centro de esta ciudad, particularmente al Teatro Municipal, que queda muy cerca.

El encargo me permitía, también, jugar con nuestras tradiciones. A pesar de que Chile, como país, no tiene más de 200 años y de que los terremotos nos han acostumbrado a no aferrarnos demasiado a las tradiciones, yo estaba muy interesada en reflexionar sobre este aspecto. Evidentemente, también debía lograr el máximo confort, en habitaciones llenas de creatividad y elegancia, conciliando el carácter sofisticado y, a su vez, acogedor de un pequeño hotel de barrio.

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¿Cómo abordó el proyecto?

Como decía, el desafío más complicado consistía en construir las tres nuevas plantas en la parte superior del edificio, originalmente «perfecto». También debía llevar la luz hasta las «catacumbas» del edificio original que, como muchos otros de su época, no tenían demasiada luz natural ni ventilación. Decidí, pues, aprovechar los patios existentes y abrirlos al cielo. Y esta idea adoptó la forma de gran altillo revestido de madera. Las nuevas habitaciones están completamente recubiertas de madera, del suelo al techo. Da un poco la impresión de estar en una casa antigua de Valparaíso.

 

 

 

También decidí usar el viejo suelo de madera, sin tratar, tal como estaba, para recubrir las paredes de los espacios comunes.

La arquitectura, la decoración y el grafismo del hotel trabajan alrededor de estos mismos conceptos. Hay, pues, una armonía de conjunto y todos los elementos dialogan entre ellos, en este vaivén entre tradición y modernidad.

 

 

¿Cuáles fueron los principales retos que debió afrontar?

Encontrar las proporciones correctas y lograr que las pequeñas habitaciones sombrías del edificio antiguo, apenas abiertas al exterior, fueran lo más bonitas posible. Y convencer a mi cliente, el dueño del hotel, de que el espacio de la terraza en la cubierta era el más importante y que debía ser tratado tal como se había concebido al el principio. Justamente, acabamos de colocar el mobiliario.

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La terraza en la cubierta es el corazón del edificio, el espacio que lo vincula al territorio  circundante: las montañas de Santiago, el Cerro Santa Lucía -donde se construyó el primer observatorio de Chile- y el Cerro El Plomo, que culmina a 5420 metros, siendo la montaña más alta que pueda verse desde Santiago. Era un lugar sagrado para los incas que habitaban este valle y que habían construido una gran plaza bajo los cimientos de la actual Plaza de Armas, obra de los conquistadores españoles. La plaza de los incas estaba alineada con el Apu Plomo (una montaña que consideraban un Dios viviente), justo en el eje del solsticio de verano y, naturalmente, de la colina San Cristóbal. Las tres colinas se ven desde la terraza de la cubierta. Espero que, algún día, seamos capaces de entender su verdadera importancia.

 

 

¿De dónde surge la inspiración para llegar a este resultado?

La fuente de inspiración es la «resonancia» entre lo antiguo y lo nuevo. Lo nuevo refleja lo antiguo, como una imagen reflejada en el agua de un estanque.

Lo que yo llamo «resonancia» se basa en la utilización de materiales modernos, como el vidrio en este caso concreto, que evoca nuestros paradigmas contemporáneos: el reflejo, la transparencia, la ausencia de límites, la claridad, etc…

 

 

¿Podría comentarnos en qué proyectos está trabajando actualmente?

En estos momentos, estoy trabajando en proyectos de tipologías totalmente distintas: el interiorismo de un despacho de abogados; tres proyectos residenciales -Casa LLU, en la región de los lagos, al sur de Chile; Casa Callumapu, cerca de Valdivia; y Casa K, en Santiago-. También estoy trabajando en varios hoteles: el Chilco Lodge, en Altos de Coilaco, en Pucon; y el COLONOS 2.0, en la ciudad de Frutillar. Y estoy haciendo varios estudios de viabilidad para distintos emplazamientos en la bahía de Huanaqueros (IV Region). También trabajo en un proyecto de remodelación paisajística y en un seminario en la región de los Andes.

 

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